La Alianza Atlántica ha aplaudido el inicio del proceso de adhesión de Macedonia del Norte, que deja fuera de juego al Kremlin, un agente de influencia muy poderoso en los Balcanes
Con una ovación cerrada de los otros 29 miembros, la OTAN escenificaba que la firma del protocolo de adhesión de Macedonia del Norte a la Alianza es uno de los pocos motivos de alegría que ha tenido en los últimos tiempos. La retirada de EEUU del tratado balístico INF, que podría reactivar una carrera armamentística con Rusia; la seria consideración de Francia y Alemania de dar pasos hacia un ejército europeo y, sobre todo la actitud de Donald Trump hacia el organismo nacido de la Guerra Fría han puesto en entredicho su cometido.
El inquilino de la Casa Blanca ha insinuado que Washington podría retirarse de la OTAN, argumentando que casi nadie cumple con la contribución del 2% del PIB prometida y que, por tanto, le deben dinero. Para terror del establishment, parece que esta decisión es una prerrogativa presidencial, por lo que ni los Congresistas ni Senadores podrían detenerle si quisiera hacerlo. Rusia observa desde un sillón privilegiado, viendo como el miembro más poderoso aliena al resto.
La OTAN, hasta hace muy poco uno de los principales resortes de presión de occidente sobre Moscú y sus aliados, está más débil que nunca, si no militarmente sí a nivel de legitimidad internacional, precisamente por el aislacionismo trumpiano. Su llegada a 30 miembros, no obstante, le da ciertamente un balón de oxígeno. Tal y como sucedió con Montenegro en el año 2017 ha vuelto a ganarle la partida a Rusia en un país eslavo y en uno de los avisperos de Europa, los Balcanes. Moscú tenía sin duda la influencia en la élite conservadora y nacionalista macedonia, pero el apoyo popular en el país para entrar en la Alianza era masivo, ni la propaganda ni los hackers han podido remontar eso.
La llegada de Macedonia del Norte a la Alianza no ha sido ni mucho menos sencilla y el proceso ha estado a punto de descarrilar en repetidas ocasionesporque a pesar del predicamento de la organización en el país había que salvar varios importantes escollos. Grecia ha bloqueado hasta ahora el acceso a la OTAN (y a la UE) de la llamada desde la independencia Antigua República Yugoslava de Macedonia por el llamado contencioso del nombre. Atenas consideraba históricamente -y así lo mantuvieron gobiernos conservadores y socialistas- que el uso de “Macedonia” dentro del nombre del vecino del norte podía alimentar los sueños irredentistas de una parte de la población y, consecuentemente, despertar las reclamaciones territoriales sobre su región macedonia. Los políticos macedonios, que para consumo interno usaban República de Macedonia, no estaban dispuestos a ceder un nombre que, además les ayudaba a construir una identidad nacional alrededor del líder macedonio por excelencia: Alejandro Magno.
Solo la llegada de dos líderes con menos veta nacionalista que sus predecesores, los primeros ministros Zoran Zaev y Alexis Tsipras, pudo concebir el acuerdo de Prespa, que terminaba con las diferencias y abría el mundo a la República de Macedonia del Norte.
Las coaliciones parlamentarias de Zaev y Tsipras sufrieron graves pérdidas, y el pulso no estuvo del todo ganado hasta la votación del acuerdo en la Cámara helena en enero. Macedonia del Norte había celebrado un referéndum ampliamente boicoteado por la oposición y Tsipras casi se queda sin el poder. Las protestas en ambos países por parte de los nutridos grupos nacionalistas habían puesto a ambos Gobiernos muchas veces contra las cuerdas. Muchas de estas manifestaciones contaron con la participación de agentes provocadores financiados por Moscú, como descubrieron las autoridades griegas, que llegaron a expulsar a diplomáticos rusos acusados de querer sobornar a funcionarios para descarrilar el acuerdo. Se podría decir la llegada de Macedonia del Norte a la OTAN fue precedida por una disputa por 'proxy', aunque de guante blanco, entre el bloque EEUU-UE y Rusia, que ha terminado por ganar el primero.
El ministro de Exteriores macedonia Nikola Dimitrov y el Secretario General de la OTAN dan una rueda de prensa conjunta tras la firma del acuerdo formal de adhesión al organismo, en Bruselas, el 6 de febrero de 2019. (Reuters)
¿Objetivo Serbia?
Esta nueva pica de la OTAN en los Balcanes es el preludio de la gran batalla que queda por librar en la región (con perdón de Bosnia): Serbia.
Si bien la guerra de Yugoslavia y los bombardeos sobre Belgrado dejan fuera de cualquier cuestión la incorporación de Serbia a la OTAN, la mayor aspiración de Belgrado actualmente es ingresar en la UE, algo que Rusia no parece dispuesta a permitir si está en su mano. La entrada de Serbia en el bloque occidental, habiendo sido uno de los aliados tradicionales de Moscú por afinidades culturales y religiosas, dejaría a Rusia con una influencia mínima en Europa más allá de la propaganda.
Bruselas ya ha puesto el caramelo: ha establecido que para 2025 el país podría unirse al bloque, lo que per se da margen para solucionar el gran obstáculo para la adhesión, es decir, la solución del problema de Kosovo que, aunque no pone condiciones, parece casi de cajón que debe pasar por un reconocimiento de la región como país autónomo. De hecho el ejemplo de la solución de Grecia y Macedonia del Norte sobre el nombre, un conflicto bastante enquistado, abre las expectativas de que es posible que en la región se puedanresolver disputas sin recurrir necesariamente a la violencia.
Además las recientes visitas de Aleksandar Vucic a Rusia y de Putin a Serbia han servido para mostrar que entre Moscú y Belgrado no hay una gran sintonía. Además algunos acuerdos económicos de relevancia y muchas fotos de familia ambos mandatarios han mostrado que no tienen una gran afinidad política. Vucic, presionado por la oposición, que encadena semanas y semanas de protestas por sus modos autoritarios y le pide elecciones libres, busca avanzar y resolver el conflicto con Kosovo porque tanto él como gran parte de la elite serbia ve la UE como solución a muchos problemas. Rusia, como recuerdan muchos analistas, no tiene nada que ganar con la resolución del conflicto, y sí mucho que perder. Hasta ahora Serbia depende del veto ruso en la ONU para que no se admita a Kosovo. Si Belgrado reconoce a Prístina, se queda sin una de sus grandes bazas.
Rusia, apuntan algunos observadores, está dispuesta a desgarrar la sociedad del país declarándose guardiana de las esencias del patriotismo serbioincluso si eso se lleva por delante a los líderes como Vucic.
Fuente:elconfidencial