El 10 de diciembre de 1963, un grupo de militares de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos empezó a trabajar en uno de los proyectos más asombrosos y enigmáticos de la Guerra Fría: MOL, un “laboratorio orbital tripulado” que en realidad serviría para espiar a la Unión Soviética desde el espacio.
Una nueva era de la vigilancia
MOL nació de la cancelación de un proyecto anterior, el avión espacial Boeing X-20 Dyna-Soar. El secretario de defensa Robert McNamara anunció públicamente el programa y lo describió como una manera de realizar experimentos científicos y probar la utilidad militar de mandar al hombre al espacio. La misión real (y clasificada) era poner en órbita un potente satélite de vigilancia que pudiera fotografiar en detalle cualquier parte del mundo, especialmente la Unión Soviética, con la ventaja de estar controlado por dos tripulantes.
Del mismo modo que los primeros aviones se usaron para el reconocimiento aéreo, los militares estadounidenses imaginaron una nueva era del espionaje basada en naves que vuelan mucho más alto y mucho más rápido
El programa fue aprobado oficialmente por el presidente Johnson en agosto de 1965, con un presupuesto proyectado de 1.500 millones de dólares (que pronto ascendería a 3.000 millones, aunque no llegasen a gastar la otra mitad). La Fuerza Aérea se encargaría del desarrollo del satélite, en consistencia con la información pública del programa, mientras que la agencia NRO (National Reconnaissance Office) se encargaría de la parte secreta: desarrollar un sistema de reconocimiento cuyo componente principal sería el telescopio KH-10 DORIAN.
Con la reciente desclasificación de 825 documentos y fotografías, la NRO ha desvelado más de 20.000 páginas sobre el programa. Un proyecto fascinante que, a pesar de lograr grandes avances en seis años de trabajo, nunca llegó a mandar al espacio más que una maqueta de la pequeña estación espacial.
El diseño de MOL
Durante el Proyecto Mercury, el primer programa espacial tripulado de los Estados Unidos, la NASA diseñó una cápsula espacial de dos asientos que acabaría convirtiéndose en la avanzada nave Gemini. Podía cambiar de órbita y maniobrar con precisión, y tenía la capacidad de ampliarse con nuevos módulos. Gemini era el vehículo perfecto para la estación espacial militar.
MOL tenía forma de misil: un tubo de 17 metros de longitud con 3,2 metros de diámetro dividido en cinco secciones, tres de las cuales estarían presurizadas. La cabina principal contenía los sistemas de reconocimiento, la cabina auxiliar era la vivienda de los astronautas y un tercer módulo estaba destinado a los experimentos militares (prueba de sistemas ópticos, fotografía multiespectral, seguimiento de un objetivo, inteligencia de señales...).
Espejo del telescopio KH-10
El desarrollo de estación espacial (si realmente se puede llamar así, porque sólo tenía capacidad para dos tripulantes) giró en torno a su componente principal: la cámara espía KH-10, de nombre en clave DORIAN, que llevaba por óptica un monstruoso telescopio de 1,83 metros. Con la KH-10 se podían distinguir objetos de sólo diez centímetros (como una pelota de sóftbol) desde una órbita a 240 kilómetros de altura. Era la mejor cámara del mundo, con una gran desventaja que los jefazos del Pentágono cuestionaron hasta el final del programa.
Un telescopio de esta resolución implicaba que el campo de visión fuera muy pequeño; de ahí la necesidad de que la nave estuviera tripulada: en lugar de un telescopio espacial que tomara fotos indiscriminadamente, éste estaría controlado por dos astronautas que pasarían las horas vigilando a la Unión Soviética desde el espacio y decidiendo qué objetivos fotografiar.
Los militares modificaron la nave Gemini y diseñaron los módulos de MOL para que fueran habitables por temporadas largas, lo que acabó siendo un problema a nivel financiero (era un reto muy caro) y generó discusiones sobre la viabilidad del proyecto: en varios de los documentos desclasificados, los oficiales se cuestionan las consecuencias biológicas y psicológicas de tener a dos personas tomando fotos en un habitáculo de cuatro metros de largo por tres de diámetro durante un mes o más. Esas dudas nunca fueron resueltas.
No llegó a volar
En noviembre de 1966, Estados Unidos acopló una maqueta del MOL en la nave Gemini modificada (conocida como Gemini B) y la lanzó al espacio desde Cabo Cañaveral con un cohete Titan IIIC-9. La misión fue un éxito: la tripulación logró poner la maqueta en órbita y regresar a la Tierra después de un vuelo de 33 minutos. Fue lo más cerca que el MOL estuvo de ir al espacio
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El lanzamiento del verdadero MOL estaba planificado para 1972, por lo que habría sido la primera estación espacial en la historia de Estados Unidos, adelantándose a la Skylab de la NASA. Pero hacia finales de los 60 el presupuesto del programa se disparó, hasta los 3.000 millones de dólares, y empezaron a surgir las críticas internas y las dudas sobre la viabilidad del proyecto.
Prototipo de la nave Gemini B con la maqueta del MOL
El abandono del MOL no vino causado sólo por la presión financiera. En los 60, la NRO había diseñado un nuevo telescopio para sustituir a los satélites de reconocimiento Corona. El KH-9 HEXAGON era significativamente más barato que el KH-10 DORIAN y, a cambio de tener una menor resolución, ofrecía un campo de visión muchísimo mayor. El presidente Nixon acabaría decantándose por financiar una serie de satélites espaciales con el KH-9 y abandonar el MOL.
Los hombres del MOL
El secretismo fue otro de los grandes inconvenientes durante el desarrollo del MOL. Sus propios arquitectos no estaban seguros de qué estaban diseñando. “¿Es el MOL un laboratorio, una nave de reconocimiento operacional o un bombardero?” pregunta un oficial de la NRO en uno de los documentos desclasificados.
“La cantidad de información que nos daban era tan pequeña que resultaba maravilloso salirse del tema para dar rienda suelta a discusiones que empezaban por «¿y si...?»” cuenta Robert Gibson, involucrado en una de las propuestas del programa. Aún hoy, muchos aspectos del proyecto siguen siendo secretos.
En esta foto aparece la primera tripulación del MOL, conocidos como “los siete magníficos”. Eran algunos de los mejores pilotos del ejército de Estados Unidos. Les seguirían otras dos tripulaciones; en total, 17 hombres listos para hacer historia. Aparecieron en portadas de revistas y firmaron autógrafos, pero nunca llegaron a ir al espacio con el MOL.
La Unión Soviética también lo intentó
Durante los inicios de la Guerra Fría, el Pentágono asumió que la Unión Soviética estaba desarrollando estaciones militares para enviar al espacio y no se equivocó. El MOL de los rusos era el proyecto secreto Almaz (“diamante”), una serie de estaciones espaciales de naturaleza militar.
Diseñadas también en los 60, las estaciones OPS de Almaz llegaron más lejos que MOL y alcanzaron el espacio. Estaban equipadas con cámaras de alta resolución, sensores de infrarrojos e incluso un cañón a bordo para disparar a otros satélites (se probó una única vez, en 1975). El programa Almaz fue cancelado por presiones del Kremlin y la Unión Soviética se centró en la parte civil del programa Salyut, al que pertenecían estas estaciones secretas.
Hoy en día no sería posible tener un programa espacial militar en paralelo al civil (como pasó en Estados Unidos con MOL y NASA o en Rusia con Almaz y Salyut). Los tratados sobre el espacio ultraterrestre prohíben expresamente el establecimiento de bases militares en la órbita de la Tierra o el espacio exterior.
El fin del programa
A finales de los 60, MOL estaba listo para entrar en producción. Los estudios iniciales, la planificación, el equipo... todo estaba organizado, pero la presión presupuestaria había aumentado significativamente con la guerra de Vietnam y el programa Apolo de la NASA. También estaba la competencia de otros programas del Departamento de Defensa, especialmente el KH-9 HEXAGON. A pesar de contar durante mucho tiempo con el apoyo del presidente Johnson y del Pentágono, MOL se había quedado sin dinero para seguir adelante.
El presidente Nixon acabó cancelando el proyecto en junio de 1969 para que los militares se centraran en el KH-9, el satélite espía más barato. Tras completar casi seis años de trabajo y gastarse 1.560 millones de dólares (de los de entonces), la Fuerza Aérea de los Estados Unidos se quedó definitivamente sin mandar un vehículo tripulado al espacio.
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