Por Javier Jordán
El ‘modo de hacer la guerra híbrido’ (hybrid warfare), traducido habitualmente al español como ‘guerra híbrida’ continúa siendo un concepto de moda. De él ha derivado el término ‘amenaza híbrida’ (hybrid threat), mencionado en declaraciones oficiales de la Alianza Atlántica y de la Unión Europa.
Pero ¿es un concepto sólido? Personalmente, tengo mis dudas. Al menos tal como se entiende a día de hoy.
En 2005 Mattis y Hoffman denominaron hybrid warfare a un modo de combatir que combinaba lo regular –o convencional– con lo irregular. Y en aquel momento la aportación tenía sentido. Sobre todo cuando un año más tarde Hezbollah demostró que podía alternar tácticas irregulares propias de una insurgencia con capacidades militares y empleo de tecnologías avanzadas, propias de un ejército: misiles contracarro Kornet, MANPADS, misiles antibuque, sistemas SIGINT, drones, etc.
La combinación de guerra regular e irregular en un mismo conflicto es algo tan viejo como la misma historia de la guerra. Desde la Antigüedad hasta el siglo XX encontramos numerosos ejemplos. Pero la aportación de Mattis y Hoffman al llamarlo ‘guerra híbrida’ era interesante porque a partir de él se extraían consecuencias estratégicas y de innovación militar a la hora de enfrentarse a actores armados no estatales con un plus de capacidades. Las Fuerzas de Defensa de Israel, que en los años previos al conflicto de 2006 habían descuidado sus capacidades de guerra convencional, tomaron buena cuenta de ello y se adaptaron para futuras contingencias.
Esto también afecta a las Fuerzas Armadas españolas y, en especial, al Ejército de Tierra. No sería lo mismo desplegar en una misión de estabilización en un escenario donde persiste o hay riesgo de que rebrote una guerra irregular de baja intensidad, a otro donde haya riesgo de guerra híbrida. Para el primero podrían ser suficientes fuerzas ligeras equipadas con los veteranos BMR, o con los RG-31, mientras que para el segundo se requerirían por lo menos los futuros 8x8, los actuales VCI Pizarro e incluso los carros de combate Leopard. Eso sólo por hablar de la parte más visible de los materiales. Lógicamente habría otras muchas derivaciones.
Sin embargo, desde que Mattis y Hoffman acuñaron el término en 2005 hasta la actualidad, el concepto de guerra híbrida se ha ido ampliando, abarcando múltiples aspectos del panorama de la seguridad internacional: desinformación en el ciberespacio por parte de Rusia, construcción de islotes artificiales por China, ciber-ataques por Corea del Norte, cárteles de la droga mexicanos, radicalización y terrorismo, etc. La agenda de trabajo del Centro Europeo de Excelencia contra Amenazas Híbridas, con sede en Finlandia es un buen ejemplo de ese totum revolutum.
En realidad, mucho de lo que a día de hoy se llama guerra híbrida encajaría mejor como actividades propias del conflicto en la ‘zona gris’. Otra término del vocabulario de los estudios estratégicos que se refiere al espacio intermedio entre las relaciones de competencia pacíficas (blanco) y las de conflicto armado (negro), donde sin traspasar el umbral de la violencia organizada a gran escala se recurriría a la desinformación, subversión, vulneración –a veces ambigua– de la legalidad, etc. como elementos de una estrategia integral para alcanzar objetivos políticos a costa de un determinado adversario. El concepto de zona gris tampoco es nuevo. La rivalidad entre Estados Unidos y la URRS durante Guerra Fría fue en gran medida un conflicto en la zona gris.
Llamar a esas actividades, en un contexto de zona gris, ‘guerra híbrida’ sería un error conceptual básico porque no son todavía ‘guerra’. Y no es buena idea utilizar un término figurado o una imagen metafórica a la hora de acuñar conceptos.
Javier Jordán es Profesor Titular de Ciencia Política y miembro del Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI) de la Universidad de Granada
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