Desde sus comienzos con el lanzamiento del satélite Sputnik en 1957 y el vuelo de Yuri Gagarin en 1961, la exploración humana del espacio estuvo dominada por la rivalidad de la Guerra Fría entre Estados Unidos y lo que se conocía entonces como la Unión Soviética.
A lo largo de esta tumultuosa lucha por dominar el espacio, el sector privado tuvo un papel subsidiario. Eran los gobiernos los que pagaban y promovían estos esfuerzos.
Pero en la actualidad estamos presenciando una revolución: Los avances tecnológicos están cambiando los modelos tradicionales de las misiones al espacio.
Un grupo de empresas promete acceso más barato al cosmos, con innovaciones tales como cohetes reutilizables y sistemas horizontales de lanzamiento.
Los satélites se están volviendo cada vez más pequeños y su construcción, más barata. Ya hay cerca de 1.500 en órbita.
Un torrente de datos e imágenes está llegando desde el espacio y nuevos actores procesan, interpretan y comercializan está revolución informática.
La inversión está llegando a chorros al sector espacial. En 2016, la economía espacial global alcanzó un valor de US$329.000 millones. Tres cuartas partes de esa suma provenía del sector privado, no de los gobiernos.
Los magnates y sus cohetes
Los cohetes son nuestra llave de entrada al cosmos. Y aquí también los multimillonarios están liderando el camino.
La firma Space X, de Elon Musk, usa sus lanzadores Falcon 9 para enviar suministros a la Estación Espacial Internacional, mientras que Blue Origin, de Jeff Bezos, el dueño de Amazon, está trabajando en los cohetes New Shepard y New Glenn.
Ambas empresas han desarrollado técnicas revolucionarias que permiten el aterrizaje vertical, un paso significativo en la creación de lanzadores reutilizables.
Mientras tanto, el Grupo Virgin de Richard Branson está trabajando tecnologías para lanzar satélites desde el aire, junto con sus planes para vuelos turísticos suborbitales.
Y un nuevo actor que espera cambiar la forma de explorar el espacio es Rocket Lab, de Nueva Zelanda.
Todavía en su infancia, es la única empresa de cohetes del mundo con su propio complejo de lanzamiento, en la península de Mahia, en la Isla Norte neozelandesa.
No es otro más
Aunque los cohetes no han cambiado tanto desde que los soviéticos colocaron el Sputnik en órbita en 1957 -siempre deben lograr que su cargamento supere la fuerza de gravedad de la Tierra y entre en órbita-, sería un error pensar en Rocket Lab como otro fabricante más de lanzadores tradicionales, afirma su fundador, Peter Beck.
En la actualidad, el costo promedio de un lanzamiento por satélite es de unos US$200 millones, y en Estados Unidos, por ejemplo, el año pasado sólo hubo 22.
Beck dice que una vez que su cohete esté en funcionamiento, el costo de viajar al espacio será de US$5 millones y que la frecuencia de las misiones "podría llegar a una vez por semana".
En el corazón de la estrategia comercial de Rocket Lab se encuentra sulanzador Electron, especialmente diseñado para poner en órbita pequeños satélites.El cohete es principalmente de fibra de carbono y sus motores están todos impresos en 3D.
Mientras que normalmente llevaría meses producir un motor, "podemos producirlo en 24 horas", dice Beck.
En su primer vuelo de prueba en mayo, el cohete llegó con éxito al espacio pero no alcanzó la órbita. Rocket Lab planea ahora otras dos misiones.
Brecha por llenar
Los fabricantes necesitan maneras flexibles de organizar viajes al espacio.
Este es precisamente el problema que Rocket Lab quiere solucionar, según Beck. En lugar de esperar un lugar adecuado en un gran cohete, "ahora puedes ir en línea y hacer clic y has reservado un espacio en un lanzamiento espacial", dice.
Una empresa que desea utilizar el cohete Electron de Rocket Lab es Planet Labs de San Francisco, que diseña y construye su propio "cubo satélite" en miniatura, el cual pesa sólo 4 kg.
A diferencia de los satélites de comunicaciones comerciales que operan en órbitas geoestacionarias altas, a 35.700 km de la superficie de la Tierra, las unidades de Planet Lab (llamadas Doves) vuelan mucho más bajo, a sólo 500 km.
Esta órbita inferior significa que un satélite puede utilizar cámaras más pequeñas y obtener resoluciones de imagen decentes, reduciendo el peso y el costo a una fracción de los que implican los aparatos tradicionales.
Eso significa no sólo precios más bajos para los clientes; también permite que los datos estén disponibles para un número mayor de personas.
Revolución informática
Sin embargo, mientras que la evolución de los cohetes y los satélites -el hardware del espacio- a menudo se lleva los titulares, los cambios más importantes se han producido en los usos prácticos de la información que se ha recogido.
Los agricultores y las compañías de petróleo, gas y minería ya están utilizando estos datos.
Los agricultores pueden ser advertidos acerca de los problemas en las condiciones del suelo, lo que les permitiría prepararse para malas cosechas; los pescadores pueden ser informados sobre las temperaturas del océano y, por tanto, saber con más precisión dónde encontrar pescado.
Y con fotografías cada vez más detalladas sería posible rastrear árboles individuales (un recurso muy valioso para controlar la deforestación).
Los grandes premios ofrecidos a las empresas del sector también están impulsando la innovación.
El Ansari XPrize animó a los inventores a desarrollar una nave espacial tripulada reutilizable.
Y ahora el galardón conocido como Google Lunar XPrize ofrece US$20 millones para el primer equipo que consiga enviar a la Luna una nave robot que pueda trasladarse 500 metros y transmitir imágenes.
Hoy se plantea una visión de un mundo en el que la industria espacial se caracterizará por satélites de bajo costo, transportados en cohetes asequibles que se lanzan cuando uno lo desea, todo ordenado con un clic y sin necesidad de esperar el lento movimiento de las misiones espaciales financiadas por los gobiernos.
Los desafíos
Sin embargo, esta carrera espacial también presenta sus propios retos, dice Gareth Morgan de la firma británica de análisis de información espacial Terrabotics.
El gran volumen de imágenes y datos del espacio significa que los sistemas de inteligencia artificial que se usan para analizarlos automáticamente deben ponerse al día.
Tener más información puede ser una buena cosa, pero deben evaluarse también las consideraciones éticas. Hay que recordar que todo el mundo puede ser potencialmente fotografiado desde el espacio en cualquier momento. ¿Y quién tiene acceso a estos datos?
A medida que proliferan los satélites privados y avanza la gran revolución de los datos, los críticos argumentan que debe haber un debate sobre los roles públicos y privados en el espacio.
Aunque las recompensas potenciales para los inversionistas pueden ser grandes, también lo son los riesgos.
"Los cohetes no son la forma de ganar dinero con el espacio", afirma Matt Perkins, quien durante 10 años fue director ejecutivo de Surrey Satellites y ahora se desempeña como jefe de Innovación de la Universidad de Oxford, en Reino Unido.
Perkins asegura que la forma de ganar dinero está en los productos, mediante el uso de toda la información procedente del cosmos.
A medida que todo se vuelva más barato, habrá nuevas oportunidades de negocios y surgirán maneras de utilizar los datos que la gente hasta ahora no se imaginaba.
Como dice el jefe de Surrey Satellites, hay una amplia gama de información sobre el espacio.
Y en esta nueva frontera de negocios, todo dependerá del ingenio de los seres humanos para sacar provecho de sus ventajas comerciales.
http://www.bbc.com
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