Los esperados Gerald R. Ford solo encadenan problemas, y el último de estos amenaza con terminar de hundir el proyecto: no son compatibles con los cazas F-35
USS Gerald R. Ford (CVN-78) navegando por el Atlantic en Junio de 2020, con su cubierta de vuelo sin aviones F-35C. (US Navy)
Parece que la marina norteamericana, la US Navy, últimamente no hace más que encadenar problemas. Desde el sonado fiasco de los destructores ‘Zumwalt’ al reciente incendio del USS Bonhomme Richard, lo cierto es que da la sensación de que en la US Navy se están cometiendo errores. Ahora le toca el turno, de nuevo, a los carísimos superportaaviones clase ‘Gerald R. Ford’, pues a los serios problemas que llevan arrastrando, se les une ahora uno desconcertante: no están preparados para operar con el F-35C.
La ley de Murphy se ha cebado con la US Navy y parece que todas las tostadas se les caen por el lado de la mermelada. De los destructores clase ‘Zumwalt’ ya no vamos a hablar, se ha dicho todo. Del incendio del USS Bonhomme Richard, uno de sus modernos LHD, baste decir que ha quedado en tan mal estado que, a día de hoy su futuro es incierto y todavía podría acabar en el desguace, consumando uno de los mayores desastres de la Navy en los últimos tiempos.
Los LCS (Littoral Combat Ship), que tantos quebraderos de cabeza están dando, han protagonizado un nuevo capítulo de infortunios y el USS Detroit (LCS 7), una de sus unidades desplegadas ante la carencia de buques pequeños, ha sufrido una grave avería en su planta motriz mientras se encontraba de misión en Sudamérica, de tal magnitud que el buque se ha quedado sin propulsión y ha tenido que volver remolcado. Por si todo esto fuera poco, ahora hay que sumar a la lista el extraño caso de los buques más caros de la historia que parecen que han sufrido una maldición.
Portaaviones con problemas
La situación actual del programa de nuevos portaaviones que vienen a reemplazar a la clase ‘Nimitz’ se resume en que hay cinco unidades programadas de las que la primera de ellas (USS Gerald R. Ford) ha sido ya entregada a la Navy, pero se mantiene en pruebas solucionando los problemas que siguen apareciendo. Además de los ya conocidos con las catapultas electromagnéticas ‘EMALS’, sistemas de detención Advanced Arresting Gear (AAG), planta propulsora, radar y ascensores electromagnéticos, algo comprensible por la novedad tecnologica, se unen ahora una serie de defectos encontrados tras los primeros meses de operación.
En concreto se han detectado unos 150 defectos, algunos de ellos tan curiosos (y difíciles de justificar) como los que afectan a los desagües de lavabos, donde se utilizó un novedoso sistema basado en el que se emplea en aviones comerciales, pero que por lo visto ha fallado al elevar la escala de usuarios a los 4.000 tripulantes del buque. A este problema de ‘fontanería’ se une otro no menos llamativo, pues los ascensores dedicados al traslado de víveres se han diseñado demasiado pequeños y determinados pallets y embalajes estándares no caben.
USS Gerald R. Ford en pruebas de mar (US Navy)
Lo malo de estas deficiencias es que no solo afectan al USS Gerald R. Ford, sino también a la segunda unidad, el USS John F. Kennedy, que ya se ha botado y tiene prevista su entrada en servicio para 2025.
El USS Gerald R. Ford está batiendo todos los récords de costes asociados a un buque. Con más de 13.316 millones de dólares invertidos hasta ahora, es el buque más caro de la historia, aunque tampoco sabemos, ni se sabrá nunca, lo que costó de verdad el primer portaaviones chino. Sin embargo, no se espera que sea capaz de realizar su primer despliegue operativo real hasta el 2024, por lo que la factura no va a hacer más que aumentar aún más.
Y ahora sin F-35C
El último episodio de esta serie de desdichas que afecta a los nuevos y carísimos portaaviones, es sorprendente. Aunque cueste creerlo, ahora resulta que en su diseño no se han previsto algunos aspectos relativos a sus nuevos aviones de combate. En definitiva, no están preparados para utilizar el F-35C y necesitarán reformas, con sus correspondientes sobrecostes. La versión ‘C’ del F-35 es la más grande y casi tan cara como la versión de aterrizaje vertical. Dispone de tren reforzado, alas plegables y una gran autonomía. Es también la menos conocida pues la US Navy es su único usuario, que tiene previsto utilizarla en todos sus grandes portaaviones.
No es un tema baladí y toca por igual al Ford y al Kennedy, ya que ambos se han construido con idénticos diseños en la idea de que se podrían ir aplicando sobre la construcción del JFK las soluciones a los problemas detectados en el Ford. Sin embargo, en este caso tampoco ha sido un fallo de previsión ni un error de diseño. Ha habido aspectos que el F-35 ha ido desvelando a medida que su desarrollo avanzaba y que no se sabían (y eran difíciles de prever) cuando de manera simultánea se iniciaba la construcción de los portaaviones.
El futuro USS John F. Kennedy (CVN-79) tras su botadura (US Navy)
En concreto los problemas vienen no por las dimensiones y operativa normal del avión a bordo, sino por la enorme cantidad de datos que el avión genera y que es preciso tratar y analizar. Esto, pensando en misiones prolongadas de varios meses, ha obligado a rediseñar algunas partes del buque, así como sus hangares, para habilitar compartimentos dotados de la adecuada seguridad para la descarga y tratamiento de información clasificada.
Otro detalle que no se tuvo en cuenta es la mayor potencia del motor del F-35C, que genera tal calor puntual que es necesario reemplazar los deflectores de cubierta de vuelo. Estos deflectores se encuentran embutidos en la propia cubierta y se levantan justo detrás del avión que va a ser lanzado con la catapulta. Su misión es desviar el chorro de gases calientes y que éste afecte a otros aviones o personal.
Por añadidura y para rematar el gris panorama, tampoco se tuvo en cuenta en el diseño de la clase ‘Ford’ a los veteranos aviones turbohélice C-2 Greyhoud para transporte embarcado, ya que no pueden transportar un motor de F-35C y por tanto iban a tener que ser reemplazados por una versión específica del V-22 Osprey, que tiene diferentes dimensiones y necesidades. Otro motivo que ha obligado a modificar la distribución de espacios en hangares.
Más y más costes
Todo ha ido saliendo a la luz en diversas pruebas que se han ido realizando con el F-35C, como las llevadas a cabo en el USS Abraham Lincoln durante 2019 y va a hacer que el primer portaaviones en desplegar los nuevos F-35C no sea uno de los nuevos y flamantes ‘Ford’, sino el veterano USS Carl Vinson, un buque de 36 años que acaba de sufrir una reforma (de casi 40 millones de dólares) y que se encuentra en pruebas de mar.
No es igual retocar un diseño que modificar un buque ya construido. De este modo, para los cambios en el Kennedy, la Navy ha firmado un contrato con el astillero Newport News Shipbuilding por un importe de 315 millones de dólares, que se añadirán a los 11.400 millones ya presupuestados. La pregunta que queda en el aire es cuánto van a costar estas reformas en el Ford, pero una cifra similar no debería ir muy desencaminada.
Cubierta de vuelo del USS Carl Vinson con F-35C y Super Hornet. Se ven, levantados, los conflictivos deflectores que hay que cambiar (US Navy)
De momento estos cambios no tendrían que afectar demasiado a los siguientes buques de la clase. El CVN-80 Enterprise está previsto que se empiece a construir en 2022, se bote en 2025 y se entregue en 2027. El CVN-81 Doris Miller debería empezar a construirse en 2026, botarse en 2029 y entregarse en 2032. Para ambos buques se hizo una contratación conjunta que está presupuestada en casi 25.000 millones de dólares. Mientras, el quinto buque de la clase y que todavía no tiene nombre asignado ni presupuesto, debería entrar en servicio allá por 2036 para mantener la fuerza prevista de 10 - 11 portaaviones operativos.
A propósito de nombres
Una curiosidad poco conocida es el proceso por el cual la marina norteamericana asigna un nombre a uno de sus barcos. El tema es complejo y, aunque la decisión es del Secretario de Estado de Marina, no hay unas reglas claras escritas y obviamente muchas influencias por parte de la propia marina e incluso del Congreso.
En el caso de los portaaviones, de los últimos 14 buques, 10 recibieron el nombre de ex presidentes de los Estados Unidos y 2 de miembros del Congreso. Tampoco es cierto que los nombramientos lo hayan sido en función de lo “bueno o malo” que fuese el presidente en cuestión. Por ejemplo, se dice que para el nombramiento del USS George H. W. Bush (CVN-77) hubo ‘presiones’ del Congreso. También influyó la Cámara en el nombramiento del USS Harry S. Truman. Se cuenta que, entonces, se produjo una airada disputa entre congresistas (demócratas) partidarios de bautizar ese portaaviones como Truman, mientras que otros (republicanos) preferían el de Reagan. La disputa la resolvió el entonces presidente Clinton, que decidió que el CVN-75 fuera el Truman y el siguiente, CVN-76, el Reagan.
Los nuevos portaaviones recibieron el nombre de Gerald Ford y pese a su corto mandato, casi seguro influyó el hecho de que fuera durante la Segunda Guerra Mundial un oficial de la Navy muy distinguido y condecorado. El siguiente, el John F. Kennedy, repetirá el nombre del antiguo portaaviones CV-67, el último de los no nucleares. Tras él viene el Enterprise, un nombre clásico para la US Navy, pues el futuro CVN-80 será el noveno buque en utilizar este nombre.
Junio de 2013, último viaje del viejo Enterprise (CVN 65). (US Navy)
Por último, tenemos al CVN-81 Doris Miller, que rompe todas las tradiciones. Miller no fue presidente de los Estados Unidos, ni siquiera oficial de la marina. Era un marinero negro ayudante de cocina en el acorazado USS West Virginia, cuando se produjo el ataque japonés a Pearl Harbour. Era lo normal que los cocineros y ayudantes, en zafarrancho, tuvieran puestos auxiliares de combate. El puesto de Miller era de municionador de una pieza de artillería ligera, pero vio que había quedado destruida tras el impacto de un torpedo japonés.
No abandonó el buque y tras atender a varios oficiales y marineros heridos, ocupó una posición de ametralladora de 12’70. Allí algunos oficiales heridos le indicaron que ayudara con la munición. En lugar de eso y sin haber recibido adiestramiento alguno, tomó el puesto de tirador y disparó a los aviones atacantes hasta agotar la munición, tras lo cual colaboró en salvar la vida de varios de sus compañeros. Por esta acción recibió la Medalla Naval, la más alta distinción tras la Medalla de Honor del Congreso. Miller falleció en combate a bordo del portaaviones de escolta USS Liscome Bay, cuando fue torpedeado y hundido en la batalla de Makin, en noviembre de 1943.
Parece que la marina norteamericana, la US Navy, últimamente no hace más que encadenar problemas. Desde el sonado fiasco de los destructores ‘Zumwalt’ al reciente incendio del USS Bonhomme Richard, lo cierto es que da la sensación de que en la US Navy se están cometiendo errores. Ahora le toca el turno, de nuevo, a los carísimos superportaaviones clase ‘Gerald R. Ford’, pues a los serios problemas que llevan arrastrando, se les une ahora uno desconcertante: no están preparados para operar con el F-35C.
La ley de Murphy se ha cebado con la US Navy y parece que todas las tostadas se les caen por el lado de la mermelada. De los destructores clase ‘Zumwalt’ ya no vamos a hablar, se ha dicho todo. Del incendio del USS Bonhomme Richard, uno de sus modernos LHD, baste decir que ha quedado en tan mal estado que, a día de hoy su futuro es incierto y todavía podría acabar en el desguace, consumando uno de los mayores desastres de la Navy en los últimos tiempos.
Los LCS (Littoral Combat Ship), que tantos quebraderos de cabeza están dando, han protagonizado un nuevo capítulo de infortunios y el USS Detroit (LCS 7), una de sus unidades desplegadas ante la carencia de buques pequeños, ha sufrido una grave avería en su planta motriz mientras se encontraba de misión en Sudamérica, de tal magnitud que el buque se ha quedado sin propulsión y ha tenido que volver remolcado. Por si todo esto fuera poco, ahora hay que sumar a la lista el extraño caso de los buques más caros de la historia que parecen que han sufrido una maldición.
Portaaviones con problemas
La situación actual del programa de nuevos portaaviones que vienen a reemplazar a la clase ‘Nimitz’ se resume en que hay cinco unidades programadas de las que la primera de ellas (USS Gerald R. Ford) ha sido ya entregada a la Navy, pero se mantiene en pruebas solucionando los problemas que siguen apareciendo. Además de los ya conocidos con las catapultas electromagnéticas ‘EMALS’, sistemas de detención Advanced Arresting Gear (AAG), planta propulsora, radar y ascensores electromagnéticos, algo comprensible por la novedad tecnologica, se unen ahora una serie de defectos encontrados tras los primeros meses de operación.
En concreto se han detectado unos 150 defectos, algunos de ellos tan curiosos (y difíciles de justificar) como los que afectan a los desagües de lavabos, donde se utilizó un novedoso sistema basado en el que se emplea en aviones comerciales, pero que por lo visto ha fallado al elevar la escala de usuarios a los 4.000 tripulantes del buque. A este problema de ‘fontanería’ se une otro no menos llamativo, pues los ascensores dedicados al traslado de víveres se han diseñado demasiado pequeños y determinados pallets y embalajes estándares no caben.
USS Gerald R. Ford en pruebas de mar (US Navy)
Lo malo de estas deficiencias es que no solo afectan al USS Gerald R. Ford, sino también a la segunda unidad, el USS John F. Kennedy, que ya se ha botado y tiene prevista su entrada en servicio para 2025.
El USS Gerald R. Ford está batiendo todos los récords de costes asociados a un buque. Con más de 13.316 millones de dólares invertidos hasta ahora, es el buque más caro de la historia, aunque tampoco sabemos, ni se sabrá nunca, lo que costó de verdad el primer portaaviones chino. Sin embargo, no se espera que sea capaz de realizar su primer despliegue operativo real hasta el 2024, por lo que la factura no va a hacer más que aumentar aún más.
Y ahora sin F-35C
El último episodio de esta serie de desdichas que afecta a los nuevos y carísimos portaaviones, es sorprendente. Aunque cueste creerlo, ahora resulta que en su diseño no se han previsto algunos aspectos relativos a sus nuevos aviones de combate. En definitiva, no están preparados para utilizar el F-35C y necesitarán reformas, con sus correspondientes sobrecostes. La versión ‘C’ del F-35 es la más grande y casi tan cara como la versión de aterrizaje vertical. Dispone de tren reforzado, alas plegables y una gran autonomía. Es también la menos conocida pues la US Navy es su único usuario, que tiene previsto utilizarla en todos sus grandes portaaviones.
No es un tema baladí y toca por igual al Ford y al Kennedy, ya que ambos se han construido con idénticos diseños en la idea de que se podrían ir aplicando sobre la construcción del JFK las soluciones a los problemas detectados en el Ford. Sin embargo, en este caso tampoco ha sido un fallo de previsión ni un error de diseño. Ha habido aspectos que el F-35 ha ido desvelando a medida que su desarrollo avanzaba y que no se sabían (y eran difíciles de prever) cuando de manera simultánea se iniciaba la construcción de los portaaviones.
El futuro USS John F. Kennedy (CVN-79) tras su botadura (US Navy)
En concreto los problemas vienen no por las dimensiones y operativa normal del avión a bordo, sino por la enorme cantidad de datos que el avión genera y que es preciso tratar y analizar. Esto, pensando en misiones prolongadas de varios meses, ha obligado a rediseñar algunas partes del buque, así como sus hangares, para habilitar compartimentos dotados de la adecuada seguridad para la descarga y tratamiento de información clasificada.
Otro detalle que no se tuvo en cuenta es la mayor potencia del motor del F-35C, que genera tal calor puntual que es necesario reemplazar los deflectores de cubierta de vuelo. Estos deflectores se encuentran embutidos en la propia cubierta y se levantan justo detrás del avión que va a ser lanzado con la catapulta. Su misión es desviar el chorro de gases calientes y que éste afecte a otros aviones o personal.
Por añadidura y para rematar el gris panorama, tampoco se tuvo en cuenta en el diseño de la clase ‘Ford’ a los veteranos aviones turbohélice C-2 Greyhoud para transporte embarcado, ya que no pueden transportar un motor de F-35C y por tanto iban a tener que ser reemplazados por una versión específica del V-22 Osprey, que tiene diferentes dimensiones y necesidades. Otro motivo que ha obligado a modificar la distribución de espacios en hangares.
Más y más costes
Todo ha ido saliendo a la luz en diversas pruebas que se han ido realizando con el F-35C, como las llevadas a cabo en el USS Abraham Lincoln durante 2019 y va a hacer que el primer portaaviones en desplegar los nuevos F-35C no sea uno de los nuevos y flamantes ‘Ford’, sino el veterano USS Carl Vinson, un buque de 36 años que acaba de sufrir una reforma (de casi 40 millones de dólares) y que se encuentra en pruebas de mar.
No es igual retocar un diseño que modificar un buque ya construido. De este modo, para los cambios en el Kennedy, la Navy ha firmado un contrato con el astillero Newport News Shipbuilding por un importe de 315 millones de dólares, que se añadirán a los 11.400 millones ya presupuestados. La pregunta que queda en el aire es cuánto van a costar estas reformas en el Ford, pero una cifra similar no debería ir muy desencaminada.
Cubierta de vuelo del USS Carl Vinson con F-35C y Super Hornet. Se ven, levantados, los conflictivos deflectores que hay que cambiar (US Navy)
De momento estos cambios no tendrían que afectar demasiado a los siguientes buques de la clase. El CVN-80 Enterprise está previsto que se empiece a construir en 2022, se bote en 2025 y se entregue en 2027. El CVN-81 Doris Miller debería empezar a construirse en 2026, botarse en 2029 y entregarse en 2032. Para ambos buques se hizo una contratación conjunta que está presupuestada en casi 25.000 millones de dólares. Mientras, el quinto buque de la clase y que todavía no tiene nombre asignado ni presupuesto, debería entrar en servicio allá por 2036 para mantener la fuerza prevista de 10 - 11 portaaviones operativos.
A propósito de nombres
Una curiosidad poco conocida es el proceso por el cual la marina norteamericana asigna un nombre a uno de sus barcos. El tema es complejo y, aunque la decisión es del Secretario de Estado de Marina, no hay unas reglas claras escritas y obviamente muchas influencias por parte de la propia marina e incluso del Congreso.
En el caso de los portaaviones, de los últimos 14 buques, 10 recibieron el nombre de ex presidentes de los Estados Unidos y 2 de miembros del Congreso. Tampoco es cierto que los nombramientos lo hayan sido en función de lo “bueno o malo” que fuese el presidente en cuestión. Por ejemplo, se dice que para el nombramiento del USS George H. W. Bush (CVN-77) hubo ‘presiones’ del Congreso. También influyó la Cámara en el nombramiento del USS Harry S. Truman. Se cuenta que, entonces, se produjo una airada disputa entre congresistas (demócratas) partidarios de bautizar ese portaaviones como Truman, mientras que otros (republicanos) preferían el de Reagan. La disputa la resolvió el entonces presidente Clinton, que decidió que el CVN-75 fuera el Truman y el siguiente, CVN-76, el Reagan.
Los nuevos portaaviones recibieron el nombre de Gerald Ford y pese a su corto mandato, casi seguro influyó el hecho de que fuera durante la Segunda Guerra Mundial un oficial de la Navy muy distinguido y condecorado. El siguiente, el John F. Kennedy, repetirá el nombre del antiguo portaaviones CV-67, el último de los no nucleares. Tras él viene el Enterprise, un nombre clásico para la US Navy, pues el futuro CVN-80 será el noveno buque en utilizar este nombre.
Junio de 2013, último viaje del viejo Enterprise (CVN 65). (US Navy)
Por último, tenemos al CVN-81 Doris Miller, que rompe todas las tradiciones. Miller no fue presidente de los Estados Unidos, ni siquiera oficial de la marina. Era un marinero negro ayudante de cocina en el acorazado USS West Virginia, cuando se produjo el ataque japonés a Pearl Harbour. Era lo normal que los cocineros y ayudantes, en zafarrancho, tuvieran puestos auxiliares de combate. El puesto de Miller era de municionador de una pieza de artillería ligera, pero vio que había quedado destruida tras el impacto de un torpedo japonés.
No abandonó el buque y tras atender a varios oficiales y marineros heridos, ocupó una posición de ametralladora de 12’70. Allí algunos oficiales heridos le indicaron que ayudara con la munición. En lugar de eso y sin haber recibido adiestramiento alguno, tomó el puesto de tirador y disparó a los aviones atacantes hasta agotar la munición, tras lo cual colaboró en salvar la vida de varios de sus compañeros. Por esta acción recibió la Medalla Naval, la más alta distinción tras la Medalla de Honor del Congreso. Miller falleció en combate a bordo del portaaviones de escolta USS Liscome Bay, cuando fue torpedeado y hundido en la batalla de Makin, en noviembre de 1943.
Fuente:https://www.elconfidencial.com
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