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martes, 10 de noviembre de 2015

REPORTAJE a Héctor Otheguy ,Director general de la empresa estatal INVAP

Por Claudio Scaletta

Desde la perspectiva del desarrollo de la estructura productiva, Invap es una empresa modelo en múltiples sentidos. Nació del sueño industrial de un grupo de científicos dentro de estructuras predominantemente académicas y se abocó a producir con éxito productos de alta tecnología del tipo “acá no podemos hacerlo”. Desarrolló rápidamente procesos de aprendizaje y de catch up tecnológico y, por avatares de la historia económica más que por decisión de expandirse, en muchas oportunidades inició sectores completamente nuevos para su trayectoria. En este sentido es también un ejemplo de capacidades adaptativas a entornos cambiantes. Para completar la “rareza”, es además una empresa 100 por ciento estatal conducida como una firma privada, pero que reinvierte el 85 por ciento de sus utilidades y reparte el 15 restante entre sus empleados. Hasta tiene un “director obrero” elegido por sus trabajadores.

Su sede y principal planta de producción se encuentra en Bariloche. En un día de sol, rodeado de montañas nevadas y con el aroma del pasto recién cortado, sus modernas instalaciones se parecen más a un campus universitario que a una “fábrica”, aunque sus productos principales sean reactores nucleares, satélites y radares. Su director general, Héctor Otheguy, recibe a Cash con atuendo estudiantil, más de profesor que de ejecutivo, lo que refuerza la sensación con un involuntario estereotipo “Silicon Valley”.


¿Existe preocupación por un eventual cambio de los lineamientos generales del gobierno?

Estamos preocupados porque en su momento se hicieron declaraciones negativas sobre el rol de las empresas estatales. Críticas despreciando los resultados de la producción de satélites cuando se trata de una actividad única en Latinoamérica y que tienen pocos países en el mundo. Realmente no somos el mejor ejemplo para atacar al gobierno. Mauricio Macri hizo comentarios negativos sobre las empresas satelitales.
Imposible no preocuparse. Piense que nosotros teníamos 340 empleados directos en 2003 y ahora casi 1400. Pero hay que tener en cuenta que cada vez que hacemos un satélite o radares hay 100 empresas que participan: 80 son proveedoras de elementos estándar, pero hay alrededor de 20 que desarrollaron tecnología a partir de nuestra demanda. El efecto económico de esto es cualitativamente muy importante y positivo. Criticarlo significa tener en la cabeza un modelo de país distinto al del desarrollo.

¿Tuvieron contacto con los candidatos que participarán del ballottage?

Scioli visitó la empresa dos veces. Nos escuchó atentamente y vemos que incorporó la importancia de la ciencia y la tecnología en un plan de desarrollo. De los otros candidatos no recibimos señales. Son dos modelos distintos. Pero en realidad la preocupación es relativa, porque creemos que el actual modelo va a seguir.

¿Qué rol jugaron en el desarrollo de Invap los mercados interno y externo?

Empezamos con un reactor para la Conea aquí en Bariloche. A partir de eso pudimos salir a Argelia en los 80, Egipto en los 90, y con complejidad creciente. Pero nunca abandonamos el mercado nacional. A veces las políticas nos obligaron. En los 90 se cortaron proyectos, lo que nos obligó a vivir la mitad de la década de los contratos de exportación.

¿Qué se exportó y adónde?

El proyecto que nos salvó de desaparecer a principios en los 90 fue Egipto, un proyecto que en ese momento eran casi 100 millones de dólares. Empezó en el 93 y se terminó en el 98. Igual previamente debimos hacer un ajuste y pasar de más de 1000 empleados en los 80 a alrededor de 400. Empezó con la crisis del final del alfonsinismo y se intensificó en los primeros años del menemismo. Eso nos obligó a buscar mercados afuera y también nuevas áreas de desarrollo para conseguir trabajos.

¿Qué áreas?
La espacial. Hubo un acuerdo por el cual la NASA colaboró en el desarrollo del plan espacial argentino. Esto fue en 1991 y vino Dan Quayle, que era el vicepresidente de Estados Unidos, a firmar el acuerdo entre la NASA y la Conae, que se creó en ese momento. Ese acuerdo fue lo que permitió que nosotros, una empresa fundamentalmente nuclear, hiciéramos una transición razonablemente rápida y económica hacia tener también un área espacial. Mucha gente nuestra pudo ir a la NASA y acelerar procesos de aprendizaje. Fuimos construyendo satélites de cada vez mayor complejidad hasta que en 2011 se lanzó el satélite Acuarius, el Sat D, nuestro cuarto satélite, que fue nuestro hito. Así como en la parte nuclear está Australia, en la satelital está el Acuarius, que fue una tarea conjunta entre la NASA y la Conae para medir la salinidad de los océanos, para entender mejor el calentamiento global y el cambio climático, una misión de alta visibilidad. Hay que entender la apuesta: la Nasa había puesto 200 millones de dólares en el instrumento y casi 100 millones en el lanzamiento del satélite, usando un satélite que fabricamos integralmente nosotros.


¿Por qué Estados Unidos aportó al desarrollo de tecnología sensible en un país como Argentina?


Fue más que nada una compensación negociada. Su interés principal era que se desarmara el proyecto Cóndor. Es una lectura que nosotros hacemos sin conocer los detalles de las negociaciones políticas.


Un proceso de lenta construcción, pero fácil de destruir.


Se destruye de un día para otro. Por eso la preocupación de que no se Por eso sorprende que muchos economistas, por lo menos los neoliberales, no traten estos temas. El discurso siempre fue abrir el mercado, hacer licitaciones internacionales.


¿Qué rol jugó el Estado para Invap?

En el caso nuclear esa política de usar el Estado de forma que sirva se inició en 1978, cuando en el hoy Instituto Balseiro se decidió hacer una carrera de ingeniería nuclear. Tenía que haber un reactor y se estuvo a punto de firmar un contrato con la estadounidense General Atomic, pero a último momento el grupo fundador de Invap convenció a las autoridades de la Conea de que había capacidades locales para hacerlo. La aceptación de esto fue lo que permitió inaugurar el reactor en 1982 y a costo competitivo, similar a lo que se hubiese pagado afuera.

¿Cómo siguió después?

En 1983, en Viena, donde todos los años se hace la reunión de la OIEA (el organismo de Naciones Unidas que promueve el uso pacífico de lo nuclear), la delegación argentina se sentó al lado de la argelina. En el diálogo casi casual surgió que ellos querían un reactor y vinieron a ver el que teníamos en Bariloche, lo que terminó en un convenio paíspaís para construir un reactor en Argelia. Los contratos se firmaron en 1985 y el reactor se inauguró en abril de 1989. Ello nos permitió más tarde ganar la licitación para construir otro reactor mucho más importante en Egipto, compitiendo contra empresas francesas, canadienses y rusas.

¿Qué impacto tuvieron para la empresa las políticas de los 90?

Del 89 al 92 pasamos por una fuerte etapa de reducción. Se recortaron contratos, el más importante era el de la planta de enriquecimiento de uranio de Pilcaniyeu. En el 91 Carlos Menem rescindió los dos contratos que habíamos firmado con Irán en el 88. Pasamos de más de 1000 a 400 empleados. Imagínese el impacto para Bariloche, una ciudad que por entonces tenía menos de 100 mil habitantes. Para intentar minimizar los efectos creamos dos sociedades anónimas, Invap Ingeniería e Invap Mecánica, esta última hoy ya no existe. Fue una de las épocas más duras.


¿Optaron por orientarse al mercado externo?–

Ya teníamos el contrato de Egipto, pero se nos habían cancelado los contratos de exportación con Irán que iban a ser los que nos permitirían sobrevivir. Pedimos que se nos compense por esa pérdida y ahí fue cuando algunos legisladores nacionales, como Carlos Soria y Miguel Pichetto, empezaron a ayudarnos. Trajeron a Oscar Lamberto, que durante todo el menemismo fue presidente de la Comisión de Presupuesto de Diputados, quien nos ayudó para que consiguiéramos alguna compensación. También tuvimos el colateral de la pérdida del Cóndor, que fue la apertura del área espacial junto a la Conae. Para el 2000 ya habíamos lanzado el tercer satélite. Y teníamos un contrato en Cuba para una planta, de radioisótopos que terminamos. Otra estrategia fue ponernos a buscar que otra cosa hacer en el área industrial e hicimos un proyecto de tratamiento de residuos industriales. Ya en 2000 empezamos con la Conae a desarrollar un radar muy complicado, de apertura sintética, que muy pocos países tienen la tecnología y que lo vamos a lanzar el año que viene. Después como teníamos un grupo de radares empezamos a trabajar con la Fuerza Aérea.


¿Cuáles fueron los principales cambios de la última etapa?

La decisión política del gobierno nacional de impulsar estos desarrollos. En octubre de 2004 se dispuso el decreto 1407, que firma (Néstor) Kirchner, que crea el Sistema Nacional de Vigilancia y Control del Aeroespacio (Sinvica), un plan de radarización a mediano y largo plazo, tanto para el control del tráfico aéreo civil como el de defensa. Y con una característica; “que se utilizara al máximo la capacidad industrial argentina”. Es sobre esta base que el Ministerio de Defensa y la Fuerza Aérea nos contratan para fabricar 22 radares para el control de tráfico aéreo. Equipos que de otra forma se hubiesen comprado afuera y que tienen un costo de entre 2 y 3 millones de dólares cada uno. Poco después de eso se lanzó la demanda de los radares primarios, los de defensa, que valen alrededor de 20 millones de dólares. Teníamos radares que eran de los 70. Parte de nuestro trabajo fue modernizarlos, hacerlos digitales, operativos por 15 años más mientras se desarrollan los nuevos, de los que ya instalamos tres en la frontera de Formosa y Misiones. También tenemos un contato para fabricar 10 radares meteorológicos. El primero ya está en Córdoba.

Hubo decisión política.–

Fueron políticas bien hechas, porque cuando Kirchner firmó el decreto, no habíamos hecho radares. En 2006 se repite algo parecido con la creación de Arsat, que aprovechó todo lo que había de la experiencia del Nahuel Sat, la gente, las instalaciones de Benavidez y lo hizo crecer. Hoy ya tenemos dos satélites funcionando. Las decisiones fueron una apuesta en el buen sentido. Si nos hubiese salido mal hubiesemos sido muy cuestionados: “¿para qué perdimos tiempo y dinero si en la Argentina no sabemos hacer radares?”. Y ni hablar en el caso de los satélites de comunicaciones donde el riesgo es mucho mayor, una tarea en la que empresas que tienen 30, 40, 50 años de experiencia cada tanto fracasan. Imagínese si hubiésemos fallado en el Arsat-1. Nos hubiesen saltado a la yugular. Entonces son decisiones que hay que rescatar y que en contexto histórico serán recordadas como muy trascendentales

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