Aunque no puede decirse que la política de inmersión norteamericana haya sido triunfante, no puede negarse la tremenda dependencia que México construyó con Estados Unidos, así como las conexiones entre las élites del Continente y las universidades y empresas de Estados Unidos, que han marcado sin duda el devenir de todos los países en los últimos dos siglos. Durante estos doscientos años, el Continente ha pasado por numerosos conflictos civiles, golpes de estado y crisis económicas, como no ha ocurrido en ningún otro lugar y no cabe duda que detrás de gran parte de estos acontecimientos estuvo la displicencia norteamericana, en el mejor de los casos, con respecto a los verdaderos intereses de sus vecinos del Sur.
Donald Trump en sus primeras declaraciones parece querer revertir esa política con su idea de un país protegido y proteccionista y poniendo el dedo sobre los latinoamericanos como los mayores causantes de los problemas de su país. Es decir, los mexicanos que son como otros muchos latinoamericanos los mejores trabajadores y los que menos delitos cometen en relación con otras etnias mas asentadas en el Norte del Continente, son los responsables de todos los males de la nación americana. Todos sabemos que estas excentricidades esconden otros intereses más espurios, pero lo cierto es que existe un sentimiento en una parte de la sociedad americana que busca en el aislacionismo y en la construcción del muro la solución de todos sus problemas, como si uno de ladrillos resolviera los problemas de la humanidad.
Pero América Latina ha cambiado también mucho en los últimos treinta años, en los que se ha profundizado en el régimen de libertades y en el desarrollo económico. Sus economías han crecido y se han internacionalizado. La vocación europeísta y asiática de las grandes economías de la región muestran que existen otros intereses y otras rutas para el comercio internacional. Si América Latina mira también hacia otros lugares, y lo hace con un espíritu más emprendedor y acometiendo las reformas económicas y sociales que todavía están pendientes, hará que Estados Unidos se convierta en el perdedor de su propia política.
España no puede dejar pasar esta oportunidad; que a lo mejor no se consolida, ya que en apenas cuatro u ocho años las circunstancias pueden cambiar en la política norteamericana. Pero la lección no debe olvidarse y sus enseñanzas nos muestran que pueden generarse nuevas políticas en las relaciones entre España y América Latina que pueden producir resultados increíbles en términos de prosperidad. El primer lugar es el fortalecimiento de las relaciones políticas. La Unión Europea y América Latina pueden crear un espacio económico de casi ochocientos millones de personas, con grandes riquezas en materias primas y una economía en evolución y una economía europea necesitada de revitalizarse con nuevos mercados y oportunidades.
En segundo lugar están las relaciones económicas. Las reformas emprendidas por los gobiernos de muchos países de la zona permitirán tener crecimientos más sólidos y sostenidos, así como expandir sus beneficios a mayores capas de la población. El crecimiento de la clase media en el Continente constituye sin duda un dato histórico que servirá para profundizar en los sistemas democráticos y en la economía de mercado. América Latina dispone de recursos y, sobre todo, de unas políticas macroeconómicas más saneadas que en Europa y éste es un activo que las empresas del Continente no deben desperdiciar.
Por último, en materia de seguridad hay un amplio campo para la cooperación. La creación de una gran alianza del Atlántico Sur liderada por España, y con la presencia de países de ambas orillas, servirá para incrementar la seguridad en una zona que será crítica en el comercio mundial en las próximas décadas. La creación de estructuras militares permitirá contribuir a la seguridad mundial y atacar de forma más efectiva problemas como el narcotráfico, trata de personas e intervenir en los posibles conflictos de toda naturaleza que puedan producirse. Disponer de un idioma común, que hablamos casi quinientos millones de personas, es un activo demasiado importante para no generar con la lengua un espacio de colaboración mucho más amplio y estrecho.
Esta iniciativa no debe verse como un contrapeso a Estados Unidos o a la Alianza Atlántica, sino que supondría una mayor asunción de responsabilidad de los europeos y latinos en general en la seguridad internacional. Contribuyendo de esta manera los países de América Latina tendrán un mayor protagonismo en la esfera internacional y su voz será oída con más fuerza. La mejor garantía para que los latinos se sientan respaldados, con independencia de donde vivan, es que sus países de origen se fortalezcan y tengan un mayor peso político, económico y militar. Para España constituye sin duda una oportunidad que no debería perderse.
Enrique Navarro
Fotografía: Ejército de Colombia.
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