Las claves de esta nueva generación son las técnicas furtivas, la capacidad de trabajar con misiles, robots y drones y su potencial uso no tripulado
El bombardero B-2 Spirit
PEPE CERVERA
En la era de los misiles balísticos, los sistemas antiaéreos de gran rendimiento y las amenazas hipersónicas, cabría pensar que el concepto del bombardero pesado ha quedado obsoleto. Sin embargo, las potencias militares de primer nivel (EEUU, Rusia, China) preparan nuevas versiones para este siglo. La Administración Trump ya ha indicado que quiere acelerar el programa del B-21 Raider, reemplazo del B-1 y del B-52 para la USAF; Tupolev trabaja desde 2014 en el desarrollo del PAK DA, un bombardero para reemplazar a los Tu-95 Bear y los Tu-22M3 Backfire, y China trabaja en el H-20, un reemplazo para sus vetustos pero mortíferos H-6 con el que amenazar a los grupos de portaaviones estadounidenses y quizá más allá de las bases de la Segunda Cadena de Islas. Las claves de esta nueva generación de bombarderos pesados son las técnicas furtivas, la capacidad de trabajar con misiles, robots y drones y su potencial uso no tripulado.
La misión de bombardeo fue la segunda después del reconocimiento a la que se dedicaron los aviones en sus orígenes militares, arrojando granadas o bombas creadas a partir de munición de artillería en las guerras de los Balcanes, y posteriormente desarrollando aviones específicos para esta función en la Primera Guerra Mundial. Desde muy pronto, se diferenciaron para cumplir dos misiones diferentes: las de apoyo a las tropas de tierra y las de ataque estratégico.
Durante el periodo de entreguerras, la capacidad de los nuevos modelos para infligir daños a blancos militares y civiles quedó en evidencia. Las teorías de Giulio Douhet sobre la capacidad destructiva del poder aéreo y ejemplos como el bombardeo de Guernica en la Guerra Civil española ayudaron a crear un auténtico pánico expresado por el político británico Stanley Baldwin en su famosa frase: "El bombardero siempre pasará".
Durante la Segunda Guerra Mundial, el Blitz, la campaña de bombardeo estratégico sobre Alemania y los ataques estadounidenses a Japón (que culminaron con las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki) demostraron la capacidad destructiva del bombardero estratégico, así como sus limitaciones. Al contrario de lo temido por los teóricos, la destrucción de las ciudades y las masivas muertes de civiles no causaron un colapso de la moral y de la voluntad de resistencia. Los daños físicos fueron significativos, pero no ganaron la guerra y su uso tuvo costes enormes también para los aliados.
XB-70 Valkyrie. (Wikipedia)
En la era de la Guerra Fría y armados con bombas atómicas o termonucleares, los bombarderos pasaron a ser una de las tres patas de la tríada estratégica. Los primeros aviones especializados se crearon para transportar enormes armas nucleares a grandes distancias y para dejarlas caer por gravedad sobre sus objetivos. Curiosamente, muchos de esos aviones siguen operando hoy. Aparatos subsónicos como el B-52, el Tu-95 y el H-6 chino (derivado del Tu-16 Badger) fueron diseñados a finales de los años cincuenta para esta misión, aunque pronto fue evidente que los avances en cazas y, sobre todo, en radares y misiles antiaéreos los hacían casi inútiles para su misión original.
Así nació una segunda generación de aviones diseñados para volar muy rápido y muy alto (B-58 Hustler, los bombarderos ‘V’ británicos), una tendencia que culminó en el XB-70 Valkyrie estadounidense y el Sujói T-4 soviético, prototipos diseñados para alcanzar hasta tres veces la velocidad del sonido a gran altura. Ambos proyectos fueron cancelados entre los años sesenta y setenta al resultar evidente que eran vulnerables a los misiles antiaéreos.
El coste de los 21 ejemplares de B-2 fabricados y de su uso es astronómico: más de 2.000 millones de dólares por avión
Una nueva generación intentó resolver el problema mediante la penetración a baja cota y gran velocidad para esquivar los radares, con diseños como el B-1 Lancer o los Tu-160 y Tu-22M rusos. Pero la gran velocidad reduce el alcance, y misiles antiaéreos más sofisticados hacían imposible garantizar el éxito de este perfil de ataque: si te pueden detectar y derribar centenares de kilómetros antes de llegar a tu objetivo, la velocidad es irrelevante. Parte de la solución fue dotar a los viejos tetramotores subsónicos (Tu-95, B-52) de misiles de crucero capaces de llevar las cabezas (nucleares o convencionales) hasta el blanco.
La siguiente solución fue el B-2 Spirit estadounidense: un radical diseño subsónico optimizado con técnicas furtivas para no ser detectado por los radares enemigos. Estas técnicas incluyen la planta de ala volante, los motores sobre el ala, el cuidadoso trazo de su forma para dispersar las ondas radáricas y sofisticados recubrimientos que las absorben; en conjunto, se dice que a las frecuencias adecuadas el B-2 es un ‘fantasma’ que ofrece un retorno eficaz radárico inferior a los de aviones furtivos mucho más pequeños, como el F-22 y el F-35.
A cambio, el coste de los 21 ejemplares fabricados (20 operativos) y de su uso es astronómico: más de 2.000 millones de dólares por avión, y dado que no pueden llevar misiles de crucero, deben sobrevolar el blanco para atacarlo, por lo que no son invulnerables ni útiles para lanzar armas atómicas hoy en día. El aparato va a ser sometido a una amplia modernización los próximos años. Aunque su diseño parece ser tan funcional como para basar en sus líneas principales el reemplazo de sus antepasados, el obsolescente B-1 Lancer y el venerable B-52 BUFF.
Los bombarderos saludan al siglo XXI
Por eso el Pentágono puso hace unos años en marcha el proyecto de un bombardero para el siglo XXI, asignado al fabricante Northrop Grumman en 2015 y bautizado el pasado año como B-21 Raider en honor al ataque sobre Tokio al principio de la Segunda Guerra Mundial, conocido como Raid Doolittle. Aunque el B-21 no estará operativo antes de bien entrada la década de 2020 y sus especificaciones exactas se guardan en secreto, se conocen algunos detalles generales.
El diseño se basa en la misma idea de ala volante con motores superiores que el B-2, una especialidad del fabricante.
El programa pretende adquirir al menos un centenar de ejemplares (175-200 como óptimo) por un precio que ronda los 550 millones de dólares por unidad y un precio total entre los 80.000 y los 110.000 millones, incluyendo los costes de desarrollo. En el caso del Spirit, el coste por unidad se disparó cuando se redujo el número total de aparatos construidos; el nuevo bombardero tendrá que evitar esa trampa y además deberá pelear por partidas económicas de desarrollo con otros programas como el del F-35, con el que compartirá motores y elementos de electrónica.
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El B-21 contará con una arquitectura abierta e integrará una sofisticada red de sensores para garantizar la designación de blancos con gran precisión. Su perfil 'stealth' y la electrónica de a bordo le permitirán penetrar áreas cubiertas por misiles antiaéreos sofisticados en misiones de supresión de defensas (SEAD) pero también dispondrá de la capacidad de lanzar armas nucleares.
Los sistemas de control de vuelo lo convertirán en un avión de tripulación optativa capaz de volar como un dron de ser necesario; se espera que tenga la capacidad de interactuar con aviones no tripulados para diversas funciones, así como de actuar como plataforma de reconocimiento y control del campo de batalla. La reciente asignación de un contrato para crear una planta de recubrimiento en la factoría de Northrop Grumman indica que el nuevo bombardero contará con coberturas especiales antirradar, una de las características más secretas, potentes y caras del B-2. Para conocer la efectividad del nuevo aparato habrá que esperar décadas.
PAK DA y H-20, los rivales
Rusia cuenta con dos diferentes bombarderos con capacidad estratégica, ambos heredados de la antigua URSS pero extensamente modernizados. En total hay 64 ejemplares del cuatrimotor turbohélice Tu-95 Bear, ejemplares fabricados en los años ochenta aunque el diseño proviene de los cincuenta; alrededor de una treintena están operativos.
H-20
Los Bear pueden llevar hasta 8 misiles de crucero Kh-55SM, con un alcance de 3.500 km y capacidad nuclear; la última modernización que se está instalando les posibilita usar también los Kh-101/102, con mayor alcance (5.500 km) y mayor precisión (CEP de cinco metros). De los Tu-160 Cisne Blanco (Blackjack en la designación OTAN) hay 16 operativos: se trata de un aparato con alas de geometría variable similar al B-1 Lancer pero más grande y supersónico. El Tu-160 puede llevar hasta 16 misiles Kh-55 o Kh-101/102 y están siendo modernizados al estándar M2 con electrónica completamente renovada.
Sujói T-4. (Wikipedia)
Para reemplazarlos, se está trabajando en un nuevo diseño del que poco se sabe más allá del nombre: PAK DA, y que ha sido encargado al gabinete de diseño de Tupolev, especializado en bombarderos. Se espera que el PAK DA esté en vuelo hacia 2025, aunque muchos analistas consideran que esa fecha es optimista. Se especula con que el esquema básico del diseño sea similar al del B-21: un bombardero subsónico con características 'stealth' y electrónica avanzada con una planta del tipo ala volante y la capacidad de transportar un elevado número de misiles de crucero en una bodega interna, propulsado tal vez por un desarrollo del motor que equipa a los cazas furtivos PAK FA.
PAK DA
Algo similar ocurre con el proyecto chino de nuevo bombardero pesado, conocido como Xian H-20. China tan sólo dispone en su arsenal del Xi’an H-6, un bimotor derivado del Tupolev Tu-16 Badger ruso de los años cincuenta que cubre las funciones de bombardero pesado y de avión antibuque al estilo de los Tu-22M rusos. Este aparato no cuenta ni con el alcance ni con la capacidad de armamento como para poder ser considerado verdaderamente estratégico, sobre todo teniendo en cuanta que carece también de capacidad nuclear de acuerdo con la política china de estricto no primer uso. Aunque extensamente modernizados los H-6K están alcanzando el fin de su vida útil y deben ser reemplazados; tan evidente es el hecho que ya en 2007 se especulaba con la creación de un bombardero similar al B-2 Spirit (H-8). Actualmente el programa es real, aunque públicamente se conocen muy pocos detalles.
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Se espera que China base el diseño del nuevo bombardero en los conocimientos desarrollados en los programas de cazas furtivos J-20 y J-31, además del transporte pesado Y-20 y el avión de pasajeros Comac C919. La idea sería crear un avión capaz de sobrepasar la Primera Cadena de Islas y atacar la Segunda e incluso más allá por medio de misiles de crucero del estilo del DH-10, de los que debería poder transportar 8 o más en una bodega interna; también debería ser capaz de realizar ataques con misiles antibuque a grandes distancias de la costa.
Se habla de la posibilidad de que el H-20 tenga una planta de ala volante como el B-2, aunque algunos analistas dudan de que la industria china tenga capacidad para construir un diseño tan sofisticado. Como siempre en la aviación china uno de los principales problemas serán los motores, dado que la industria nacional no ha conseguido crear diseños que aúnen potencia y fiabilidad. Se espera que el H-20 esté en vuelo hacia 2020-2025; si las fechas cuadran, hacia 2030 las grandes potencias podrían disponer de versiones diferentes de un concepto similar: el bombardero del siglo XXI.
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