Hace unas décadas distintos países hicieron una apuesta clara por potenciar sus capacidades de fuerzas paracaidistas y aerotransportadas que permitiesen operaciones rápidas de distinto orden en beneficio de sus necesidades militares.
Otros reforzaron el mantenimiento de su potencial expedicionario, que se puede garantizar con unidades de Infantería de Marina convenientemente equipadas y navíos de distinto tipo que permitan su desplazamiento allá donde se requiera.
Hoy, el entorno incierto en el que nos movemos, hace prever que las acciones de combate más clásicas, con enfrentamientos de grandes núcleos terrestres equipados con numerosos medios ofensivos, pueden no materializarse y lo que suceda es que las luchas se circunscriban a áreas poco definidas y a adversarios de índole bien distinta de la que era clásica sólo hace unos pocos años. Por todo ello, cobra especial relevancia el poder mantener una capacidad complementaria de disuasión, que llega de la mano de medios anfibios, con navíos y personal especializado en acciones que se originan en el mar y se proyectan sobre la costa o sobre un determinado territorio.
Es más, la necesidad de contar con personal y material en un lugar concreto puede corresponderse con el hecho de que acontezcan diferentes tipos de crisis derivadas de catástrofes humanitarias de diferente índole a las que haya que hacer frente y el poder enviar recursos de determinada entidad, que se puedan llevar a un punto distante y permanecer allí durante muchas semanas o meses puede ser de lo más conveniente y, seguro, lo va a ser más en las décadas venideras
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